domingo, 19 de octubre de 2008

Paraíso Perdido














Exposición de monotipos de Benigno Casas
(dedicada a la memoria de los mártires del 68)

En su epopéyico poema, Paraíso perdido (Paradise Lost), John Milton (1608-1674) retoma el tema bíblico de la expulsión de Adán y Eva del estado de felicidad permanente, a causa de su atrevimiento de acceder al placer del conocimiento y del saber. Su subsistencia ahora sería a costa de su propio trabajo y del padecimiento de todo tipo de males y sufrimientos. Desde entonces el sufrimiento de la humanidad será proporcional a los avances que el hombre vaya logrando en el saber. La pérdida del paraíso revela de esta manera a sus protagonistas los costos que implica el disfrute del saber. En el arte, la expresión sublime tiene una relación directa con esa actitud de “nuestros primeros padres” bíblicos y se reconoce como una categoría estética que refiere una belleza extrema, que arrebata al artista y al espectador hacia un éxtasis irracional, que lo mismo provoca disfrute que dolor, imposibles de comprender. Consustancial a la expresión sublime, nuestra mirada se proyecta como la más perfecta y deliciosa de las actividades sensoriales, al llenar la mente con la mayor variedad de imágenes e ideas, dialogando con ellas y produciendo los más diversos placeres de la imaginación. Paraíso perdido es una exposición de monotipos de Benigno Casas, en la que se conjugan los temas del placer y el sufrimiento provocados por la búsqueda y pérdida de utopías, junto con el disfrute consustancial que trae consigo la producción de imágenes mediante el uso de esa técnica del grabado, que por sus características brinda enormes posibilidades a la intencionalidad gestual, que en opinión del autor constituye la actitud más placentera de enfrentar la producción artística.

A 2 de octubre de 2008.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Sujeto y ciudad: un ensayo fotográfico






















Durante un curso de “Visión Urbana” que nos impartió Felipe Mejía, tuvimos oportunidad de revisar y comentar distintos textos en los que se reflejan diversas opiniones y percepciones sobre la ciudad, dentro de una variedad de contextos históricos, sociales y culturales. Comentamos lo mismo posiciones críticas que favorables acerca de las grandes urbes, en las que se expresan miradas de extrañeza frente al otro, comparativas o nostálgicas sobre la naturaleza de los conglomerados urbanos, y sobre la capital de nuestro país discutimos textos que desde el enfoque disciplinar rescatan la grandeza del pasado prehispánico o la opinión del sujeto sobre su entorno, trátese del habitante de la Nueva España o del México decimonónico o moderno.

Lo que ha resultado claro en todas estas lecturas es que las opiniones escritas reflejan en última instancia la posición social y cultural del sujeto sobre la ciudad, lo que a su vez contribuye a la construcción de imaginarios sobre la misma. La ciudad de México, lo mismo que nuestro país, ha venido siendo construida sobre la base de estos imaginarios entre la diversidad de sus habitantes y visitantes. La conquista y caída de la antigua Tenochtitlan se intuyó de alguna forma por sus ilustres monarcas, como parte de un ciclo mitológico de renovación solar que formaba parte de su particular cosmovisión. Los conquistadores españoles a su vez asumieron la responsabilidad de construir una nueva ciudad a imagen y semejanza de la metrópoli española y por eso la llamaron “Nueva España”, sin considerar la naturaliza distintiva que adquiriría con el tiempo la nueva urbe al integrar a la enorme población de indígenas sometidos y conquistados.

Si bien durante los cuatro siglos siguientes la ciudad de México se pretendió irla urbanizando y gobernando de acuerdo con la traza y principios monárquicos de las ciudades europeas, la conciencia política criolla no se conformaría con ello y mucho menos con el carácter colonial de las posesiones españolas que sólo funcionaban como proveedoras de riquezas y materias primas para Europa. Las reformas borbónicas y el pensamiento liberal incidirían también en las conciencias de ultramar, para ir generando las nuevas ideas de emancipación independentista, que sin embargo llevaría muchísimos años consolidar hasta después de liberado México de la corona española. Hizo falta aún una gran reforma liberal encabezada por Benito Juárez para lograr la plena independencia de todos los poderes imperiales, lo mismo que una sangrienta revolución social iniciada por Madero en pleno siglo XX.

La ciudad de México no se sustrajo a todos esos cambios históricos que han venido dándole su perfil, como a la nación entera, y después de la conquista llegó a ser campo de batalla de realistas e insurgentes, de conservadores y liberales, de federales y revolucionarios. Cuando en 1917 se proclamó una avanzada Constitución que reafirmaba el carácter independiente, reformista y revolucionario de nuestro país, nos hemos dado cuenta sin embargo que en el territorio nacional y sobre todo en la ciudad de México, por ser la gran capital de la república, se sigue reflejando la significativa pluralidad cultural nacional. Los habitantes de la gran urbe son tan distintos entre sí, como distinta es la composición social en todos los rincones del país, y para darnos cuenta de ello basta comparar no sólo a los habitantes sino los diversos espacios urbanos que conforman la zona metropolitana del valle de México, como región extensiva de la gran urbe capitalina.

Para nadie resulta desconocida la diferencia entre los habitantes de la amplísima zona oriente de la ciudad, como lugar de arraigo de numerosos emigrantes de las zonas rurales del país, con los que habitan en algunos espacios de la zona poniente en lugares como las Lomas o Santa Fe. De igual forma, los ciudadanos que viven en las colonias populares del norte de la ciudad y en sus zonas industriales, nada tienen que ver con los habitantes del sur, donde predominan las colonias de la clase media acomodada y alta. Los habitantes de los barrios del centro histórico se distinguen también de los del resto de la capital, y así sucesivamente, de tal manera que la ciudad de México puede ser vista como un real espejo del conglomerado humano y cultural de todo país, con todas sus afinidades y disparidades. Y sin embargo cada uno de estos grupos humanos: sociales, étnicos, culturales o de género, contribuyen a la construcción de lo urbano y de la ciudad a partir de sus respectivos imaginarios.

Los urbanistas, diseñadores, pintores, grabadores, fotógrafos y otros hacedores de imágenes no estamos distantes de lo que visualmente nos ofrece la ciudad, de tal manera que se nos presenta la oportunidad de desarrollar proyectos en los que podamos ofrecer nuestra particular percepción sobre las distintas circunstancias citadinas. En lo personal me he interesado por desarrollar una propuesta que tenga como referente principal la relación del sujeto con su ciudad, y más específicamente con los espacios en los que vive, labora, interactúa o se recrea. La vida citadina se ha vuelto tan compleja en las grandes urbes como la nuestra, que a veces los ciudadanos nos vemos obligados a recorrer largas distancias para poder llegar al lugar de trabajo, para conseguir cierto producto o bien para poder acceder a diversos servicios, sean éstos de salud, educativos, etcétera. El antropólogo francés Marc Auge ha llegado a distinguir los lugares y no lugares de la ciudad, para referirse a los espacios significativos y a los que no lo son para el habitante urbano.

Esa relación del sujeto con su ciudad es la que me interesa rescatar en el proyecto visual que propongo, a partir del registro fotográfico de la cotidianidad urbana diaria, que se expresa a través de las más diversas manifestaciones. En esta interacción de los sujetos con los espacios urbanos se pueden involucrar aspectos sociales, históricos, étnicos, políticos y de otra naturaleza. Nuestra condición de estetas nos ofrece posibilidades excepcionales de percepción sobre nuestra gran ciudad, y la experiencia personal lograda en este sentido es la que ofrezco en este ensayo fotográfico, que se compone de un conjunto de veinte fotografías sobre la ciudad de México y sus habitantes.

domingo, 3 de agosto de 2008

Monotipos
























































Monotipos es una muestra lograda en años recientes, a partir de la experiencia desarrollada durante varias sesiones de trabajo. La intencionalidad de las mismas se planteó inicialmente como una especie de trabajo colegiado entre varios autores, amigos, pertenecientes a una misma generación, que tuvieron lugar en el taller Archivo Gráfico, de nuestro amigo y colega Felipe Cortés. El propósito de esas reuniones era el reencuentro, para convivir e interactuar mediante la producción de monotipos, por el sólo placer que entraña esta actividad artística mediante el uso de esa técnica de grabado. En el monotipo se conjugan el dibujo y la pintura, porque las particularidades de su técnica posibilitan que así sea. La rapidez de su ejecución exige un dibujo de primera intención, lo mismo si se tratara del uso cromático, que a veces se realiza con pincel, con rodillo, o con cualesquiera otro instrumento. Las opciones en este sentido demandan agilidad de aplicación, por lo que el azar juega un rol primordial. Mientras transcurre el tiempo se afinan ideas, trazos y paleta de color, de tal manera que los resultados finales así lo atestiguan en esta selección de la obra de Benigno Casas.

La expresión estructural















































































Expresión y razón son dos conceptos invariablemente presentes en la historia del arte o de las ideas estéticas, que tienen que ver con la formas o procedimientos en como se asume o lleva cabo la realización artística. Desde la memoria escrita más antigua, se da testimonio de la importancia que han tenido ambos términos en el proceso creativo, al margen de las interpretaciones y definiciones estilísticas contextuales, que dan prioridad a uno u otro términos en la producción del arte. En nuestra opinión consideramos que el concepto de expresión, en sus distintas acepciones, ha sido fundamental en la generación y la práctica artísticas, y constituye un valor primigenio de todo arte que ha trascendido sus tiempos y discursos fundacionales. En la muestra de obra aquí reunida, se busca una conjunción entre la expresión abstracta y el sentido estructural del plano pictórico, sin más afán que el de la experimentación y la recreación lúdicas.